miércoles, 1 de julio de 2015

Capitulo 3

Kondou decidió que, a pesar de a la renovada confianza, Rin dormiría en una habitación distinta a la de Chizuru por precaución. El comandante llamó a Hijikata y a Sannan para discutir su decisión que pese a las protestas de ambos, finalmente fue aceptada. Kondou cumplió la promesa hecha a la muchacha y ordenó al Consejero del Shinsengumi llevar consigo los brazales. Sannan no preguntó al respecto, sino que los aceptó y se retiró a su dormitorio. Al día siguiente, partió temprano junto a su división.

Rin no pudo pegar ojo en toda la noche. Las preocupaciones, el miedo y un tobillo mal curado le imposibilitaron un buen descanso. A ello había que sumarle que se encontraba en un futón desconocido en una habitación que no era la suya. Inoue había hecho lo imposible a fin que se sintiera cómoda, cosa que la joven agradeció. En vez de té, le había traído un vaso de leche caliente y ella se lo había bebido con avidez. Se sorprendió de lo sedienta que estaba.

-Disculpa a los chicos -dijo el hombre-. Son toscos y tienen mal carácter, pero en el fondo son buenas personas.

-Lo sé, muchas gracias Inoue -contestó Rin-. Supongo que la llegada de alguien que dice ser de otro mundo no está muy visto.

-En absoluto -corroboró-. Acerca de eso... ¿Estás completamente segura de lo que dices, pequeña? El castigo por engañar al Shinsengumi es la pena de muerte.

Rin sintió un nudo formársele en la boca del estómago, aun así no se amedrentó. Si iban a castigarla, primero debían ver el otro lado con sus propios ojos.

-No he mentido.

Inoue suspiró.

-Está bien -se acercó a la puerta-. Buenas noches.

Salió, dejándola sola. Esperaba que Cronos cumpliera su palabra y el paso entre dimensiones permaneciera abierto para ella.

***

Kondou y Rin acordaron que él anunciaría quien la acompañaría, a petición de la muchacha. El comandante del Shinsengumi lo aceptó, extrañado, mas no preguntó. Tras reunir al grupo, manifestó su voluntad y los chicos escucharon sin hablar un buen rato.

-...por esa razón, Okita y Yamazaki la escoltarán a la presunta entrada. Además, serán los encargados de confirmar si dice o no la verdad. En caso negativo, tenéis mi permiso para matarla.

Rin se estremeció. No podía evitarlo siempre que se hablaba de su muerte. Le parecía que a cada paso que daba estaba más cerca del seppukku. Yamazaki asintió diligentemente pero Okita entrecerró los ojos y la miró con odio.

-Yo no pienso ir -declaró.

-¡Souji! -lo reprendió Hijikata. El samurái chistó.

-No tengo ninguna necesidad de meterme en una cueva. ¿Y si es una trampa para acabar con nosotros?

-Si así fuera -dijo la joven-. Me bastaría con llevaros a todos o atraer a los líderes, no a un par de miembros del Shinsengumi sin título -se giró hacia Yamazaki, alarmada-. ¡N-no he querido decir que vuestras vidas no tengan valor! ¡Son muy preciadas para mí!

Oh, mierda. Otra vez hablando de más. Las mejillas de Yamazaki se colorearon levemente de rosa.

-Sé de sobras cual es mi posición en ésta misión y el peligro al que me expongo, Tomohisa -carraspeó, incómodo. Kondou estalló en carcajadas estridentes, quitando gravedad al asunto.

-Vamos, vamos. Discutámoslo en diferente ocasión. Souji, ¿estás seguro de que no cambiarás de opinión?

-Tan seguro como que esta no podría ganarme en un duelo.

Rin enarcó una ceja. Se levantó y caminó hasta quedarse delante del samurái.

-Reprochas a los demás que no deben hablar de ti sin conocerte, y no obstante tu haces exactamente lo mismo -le espetó. Okita sonrió. No fue agradable.

-¿Eso significa que te batirás en un duelo a muerte conmigo?

-Si acepto, ¿dejarás que imponga una única condición?

-Me muero por oírla.

-Sin katanas, cuerpo a cuerpo. Y si gano, vendrás.

-Me parece estupendo. No me hace falta una espada para romperte el cuello.

-Souji, te estás pasando un poco -musitó Heisuke, preocupado por el giro que tomaba la conversación. Harada estaba en tensión y Shinpachi fruncía el ceño constantemente. Rin esbozó una sonrisa tranquilizadora.

-Sé defenderme -dijo, orgullosa. Okita se rió entre dientes.

-Ya lo veremos.

El grupo pasó a la sala de entrenamiento, distribuyéndose por la sala. Al pasar delante de Yamazaki, sintió sus mejillas arder. Casi ni lo conocía y su simple presencia la intimidaba.

No es verdad. Sí le conozco, se dijo, en cierto modo.

Ambos, Okita y Tomohisa se quedaron el uno frente a la otra a varios metros de distancia. Rin adoptó una posición ofensiva mientras que Souji se cruzó de brazos, confiado de su victoria.

-Me parece que se lo está tomando a juego -le comentó Kondou a Hijikata, que asintió.

-Su posición es excelente -dijo Saito-. Calibra a la perfección el peso del cuerpo entre las piernas pese ése hinchazón del pie.

Harada hizo una mueca.

-Ésto no está bien. Souji la matará de verdad ahora que tiene la aprobación del jefe.

La habitación se sumió en el más sepulcral silencio. Se diría que incluso el aire podía cortarse con un cuchillo. Y en el momento menos pensado, Rin se movió. Fue tan rápida, tan veloz que Okita la perdió de vista durante unos segundos. Segundos que la chica aprovechó para hacerle perder el equilibrio y estamparlo contra el suelo, en una perfecta llave. El quedo sonido del cuerpo al caer inundó la sala. La estupefacción en los rostros de los presentes -también el de Souji, desde abajo- era algo digno de verse y de ser recordado. Incluso Sannan tenía los ojos abiertos como platos.

-He ganado -le tendió la mano al caído. El joven miró la extremidad que se extendía hacia él, receloso. Entonces optó por el engaño, pues cuando sus dedos le tocaron la palma la lanzó al suelo. La cabeza de Rin rebotó en la madera, provocando que los Shinsengumi soltaran exclamaciones de alarma, algunos incluso, se semi incorporaron. El samurái la asió por el cuello y apretó.

Le faltaba el aire, se estaba ahogando. Sin embargo, no podía darse por vencida aún. Colocó los antebrazos juntos y apartó las manos de Okita en ademán defensivo. Después, le propinó un puñetazo en el esternón y su compañero se dobló, preso de un ataque de tos. Había funcionado. A trompicones se levantó.

En un hábil golpe, él le sacudió una patada en el tobillo y Rin gritó de dolor. Retrocedió, tambaleante, la pierna encogida sin tocar el suelo. Los demás, viendo la gravedad de la situación los separaron.

-¡Ya está bien! -exclamó Kondou-. Shinpachi, Harada, lleváoslo de aquí. Yamazaki, Inoue. Ésta chica precisa tratamiento inmediato en ese pie.

Rin jadeó, procurando contener las lágrimas que se agolpaban en sus ojos. El dolor cada vez era más intenso. Miles de puntos negros se formaban delante de ella y se le revolvió el estómago. Había soportado aquel mal demasiadas horas por no atreverse a pedir ayuda. Yamazaki se la cargó a la espalda y la sacó de la sala de prácticas, seguido de Inoue. Entre los dos, la depositaron en su habitación provisional tan suave como fueron capaces de hacerlo. El mayor salió a buscar medicina y vendas mientras que el ninja optó por examinarle el tobillo.

-Lo has forzado demasiado -informó, palpando el prominente bulto-. Puede que esté roto.

En otras circunstancias, la chica se hubiese ruborizado hasta la punta de las orejas.

-Es... horroroso -dijo con un hilo de voz, refiriéndose a las lacerantes punzadas. El chico arrugó el ceño, malinterpretándolo.

-Souji no es una persona fácil y tú lo has cabreado.

Rin entornó los ojos.

-Él me retó, que se atienda a las consecuencias.

Yamazaki la miró fijamente con aquellos orbes violetas que parecían sinceros y fríos al mismo tiempo y sacudió la cabeza.

-No te beneficia -hizo una pausa. Luego cambió de tema-. Necesitarás un entablillado, pero no te aseguro que puedas volver a mover el pie con normalidad.

Rin se incorporó.

-Pues llévame a mi mundo. Allí me...

-¿Crees realmente en lo que dices?

La muchacha se afligió porque la persona que más deseaba que confiara en ella, no la creía. Las lágrimas retenidas se desbordaron por sus mejillas y cayeron sobre el tatami. Yamazaki, percatándose, se puso nervioso.

-Eh, no, no llores -masculló-. Tomohisa, por favor.

Rin le dirigió una mirada de decepción a fin que el chico se sintiera mal, pero se sintió aún peor por intentarlo. Él desvió la vista al suelo, turbado. La puerta de la habitación se abrió y el viejo samurái penetró en la estancia con un botiquín de madera entre los dedos.

-Yamazaki -lo regañó contemplando la escena-. No está bien hacer llorar a las señoritas.

El muchacho quiso replicar, pero no supo qué decir. Inoue colocó una mano en la cabeza de la joven.

-Ya está, ya está -le dio varios golpecitos-. Hay que ver. Con lo fuerte que eres y la cantidad de lágrimas que eres capaz de derramar.

Algo frío le alivió el escozor del tobillo. En silencio, Yamazaki le había puesto un trapo húmedo en la herida para bajar el hinchazón. Quizá en parte también era una disculpa, se dijo ella.

-Será mejor que te quedes aquí hasta saber la situación de Okita -se levantó para salir-. Inoue, ¿se encarga?

-Descuida.

Rin se quedó algo desilusionada viéndolo irse. Se mordió el labio hasta que la voz del otro samurái la sacó de su ensoñación.

-Yamazaki está preocupado por ti.

-¿Eh?

-Nada, nada. Hablaba conmigo mismo. Sois tan jóvenes... deberíais poder disfrutar de la vida.

Rin jamás creyó que Inoue fuera a decir algo así. Pensaba que el orgullo de los samuráis era la guerra y morir en combate, pero lo que el mayor decía le cambiaba un poco la perspectiva que tenía de él. Creía saber qué pensaban pero... en la realidad, cada uno de ellos era único.

-En mi mundo... -comenzó. Sin embargo, quiso evitar de nuevo que la tacharan de chiflada. El hombre lo notó.

-Por favor, sigue -se sentó a vendarle el pie. Recelosa al principio, conforme hablaba se fue ilusionando y le explicó miles de cosas del lugar del que procedía, desde meras estupideces hasta información importante. Cómo se organizaba la sociedad, las guerras que había habido hasta entonces, cómo era la policía, el tipo de familias que existían...

-...también hay Hospitales gigantescos -abrió los brazos para justificar sus palabras-. Allí se hacen las prácticas de mi carrera. También se ha descubierto la cura para la mayoría de los cánceres, aunque el de cabeza es complicado de sanar aún. Hay métodos anticonceptivos para evitar posibles enfermedades de transmisión y... -Se detuvo al percatarse de que Inoue estaba sorprendido-. ¿Qué... ocurre?

-O posees una imaginación portentosa o... estas diciendo la verdad.

Rin no se molestó en contestar. Se había justificado miles de veces y no volvería a hacerlo. Alzó la cabeza, orgullosa, mostrándole a Inoue que no le importaba si no la creía. El mayor suspiró, sabiendo en parte que llevaba razón y Yamazaki pronto se dejó ver otra vez. Estaba tenso, casi como si le hubiesen dado una noticia desagradable.

-Kondou quiere verte. Ha convocado una reunión.

El ninja dio un par de pasos y girándose, se agachó delante de la mundana.

-Sube.

La joven parpadeó. Miró a Inoue, quien no le dedicó mas que una sonrisa afable e intentó hablar.

-Pero yo...

-No tenemos todo el día y tú no puedes caminar en el estado en que te encuentras. Si eres tan amable -movió las manos en un gesto de impaciencia. Rin notó un nudo en la garganta mientras la sangre se le agolpaba en la cabeza.

-Es que... me da vergüenza.

Yamazaki ladeó la cabeza, perplejo.

-¿Vergüenza?

¿Cuántas veces van ya diciendo lo que no debes?

-Yo... -tragó saliva y se semi incorporó. Vaciló antes de ponerle las manos en los hombros. En ese instante le empezaron a sudar las palmas-. C-con permiso...

Reprimió un grito al quedar suspendida en el aire y se agarró fuertemente al cuello del chico. Si le estaba haciendo daño, no lo comentó. Estaba tan cerca de él que podía perfectamente percibir el suave aroma que desprendía su compañero, un olor almizclado y sutil, muy agradable y atrayente. Volvió a tragar saliva y escondió el rostro en el hueco del hombro del ninja para ocultar el rubor mientras se trasladaban de habitación.

Yamazaki era delgado al fin y al cabo, sin embargo, gozaba de una fuerza ágil y un cuerpo dinámico con el que se movía en el más absoluto sigilo. Rin era consciente de que pesaba el doble que Chizuru, una persona menuda y delicada en comparación a ella misma.

-Perdona -lo llamó. Pese a no girar la cara supo que la escuchaba-. Te dolerán los brazos si sigues llevándome de esta forma.

-No te preocupes por mí.

Rin hinchó las mejillas.

-Demasiado tarde, entonces.

Procuró centrar su atención en cualquier cosa que no fueran las cálidas manos del chico bajo sus rodillas. El calor que le transmitían era casi insoportable.

-Eres bastante... -se abstuvo a terminar la frase-. Nada.

-¿No, qué? ¿Qué soy? ¿Pesada? Ya te he dicho que puedo...

-Iba a decir insólita -respondió-. Vienes a un lugar al que no perteneces a salvar un grupo de gente a los que no debes nada, unos samuráis que no tienen el menor interés en conocerte y para los que eres irrelevante. Y aún así te preocupas de si eres o no una carga para mi desplazamiento.

-Esa es la diferencia -apretó los dedos-. Que yo sí os quiero.

Yamazaki se quedó en silencio. Algo dentro de él se había agitado ante sus palabras. La punta de sus orejas hasta el momento normales, adquirían un tenue color carmesí.

-Hemos llegado -musitó. La depositó en el suelo y la ayudó a sentarse. Luego se acomodó a su lado de rodillas, la espalda recta y una renovada actitud de obediencia hacia Kondou. Rin se negó a levantar la mirada. Después de un rato, se encontró a si misma temblando de miedo.

Kondou sonrió, apenado por la inocente reacción.

-Tomohisa, ¿cómo está tu tobillo?

La muchacha se topó con los ojos del jefe del Shinsengumi.

-Duele -susurró, temerosa. Era como estar en el ojo del huracán-. Quiero volver a mi ciudad y encargarme de él.

-Hablando del tema... -dijo Hijikata-. Souji ha accedido a ir. Luego de calmarse, reconoció tu valor y anunció que te proporcionaría un poco de su confianza.

-Bueno, ayudaron a tomar la decisión unos cuantos gritos de Kondou -se mofó Heisuke. Shinpachi y él chocaron puños, divertidos. Rin exhaló el aire que había estado reteniendo desde el principio.

-¿Y no me vais a castigar?

-¿Eh?

-He derribado a uno de vuestros mejores soldados. Yo, una mujer. Pensaba que...

Kondou y Hijikata intercambiaron una mirada.

-Si es verdad que provienes de otro mundo... -prosiguió el sub-jefe-...entendemos que vuestras reglas sean dispares a las nuestras. Aparentemente somos expertos en esconder mujeres vestidas de hombres -Rin distinguió un tono amargo en su voz-. Bien que tu caso es diferente.

-¿Diferente?

-Sí -afirmó Kondou-. Tomohisa Rin. Somos incapaces de no considerarte una amenaza para nosotros a causa de tus recién exhibidas artes. Por lo tanto, tienes dos opciones: Cometer el seppukku en el acto o, una vez vuelvas a esta Era, unirte a las filas del Shinsengumi en calidad de médico junto a Yamazaki.

El nombrado se puso rígido.

-Con todos mis respetos, señor...

-No repliques -lo cortó-. El avanzado conocimiento en medicina que tiene nos ayudaría en la batalla. Te encargo una tarea más: Aprende. Empápate de conocimientos útiles, tantos como puedas.

Yamazaki asintió, inclinando ligeramente la cabeza. La chica reunió la fuerza de voluntad que le quedaba y cerró la boca abierta. Estando en peligro constante, se habría esperado una advertencia, amenaza, o que la intimidaran. Paseó la vista pero no encontró a Okita. A lo mejor sí iba contra su voluntad.

-¿Y bien? ¿Estás conforme, Rin?

-Eh... Ah... yo... -juntó las manos delante de ella y se encorvó en una reverencia-. Por supuesto.

Era una ocasión única en la historia y pensaba aprovecharla al máximo. De reojo, Yamazaki la contemplaba sereno.

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